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(IVÁN): EN TRANQUILIDAD ALABAMOS A NUESTRO DIOS
Sábado, 17 de febrero, año 2007 de Nuestro Salvador Jesucristo, Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica (Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo) EN TRANQUILIDAD ALABAMOS A NUESTRO DIOS Ciertamente en la perfecta tranquilidad de nuestros corazones y de nuestros espíritus humanos hemos de llegar a ver y a conocer a nuestro Padre Celestial que está en los cielos. Porque el mismo Señor Jesucristo nos guiara más allá del cielo, como del reino de los ángeles, por ejemplo, para encontrarnos con nuestro Padre Celestial, para conocernos y para abrazarnos como Padre a hijos e hijas, en la tierra más sagrada del cielo. Y en éste día, Dios mismo nos espera ver con gran ansiedad de su corazón sagrado y todos nosotros llenos de su Espíritu Santo para jamás volvernos a separar por culpa del pecado, en la eternidad venidera. Porque tanto como nuestro Padre Celestial y cada uno de nosotros, en nuestros millares, descendientes de Adán, somos para la paz y la tranquilidad de la eternidad venidera, para gozarnos juntos por siempre de la llenura de la felicidad y del amor sobrenatural del Espíritu Santo y del Árbol de la vida, ¡el Señor Jesucristo! Y hasta aquellos días gloriosos largos y eternos del nuevo reino de Dios, entonces tenemos que vivir y amar a nuestro Padre Celestial, sólo por medio de su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Porque es éste amor sobrenatural de Padre a Hijo es el que realmente nos ha de unir, hoy en día, como en los días de la eternidad venidera, pero con mayor fuerza sobrenatural que antes, por los poderes del Espíritu de Dios, en el paraíso y en el reino de los cielos alabar y honrar a nuestro Dios Eterno. Por eso, mi estimado hermano y mi estimada hermana ama a Dios en toda la tierra, sólo por el amor sobrenatural de su fruto de vida eterna, su Hijo amado y único salvador de tu vida, ¡el Señor Jesucristo! Trata, pues, de llevarte bien con tu Padre Celestial que está en su trono santo, a pesar de tu manera de vivir, cualquiera que sea ella, en estos días de tu vida por la tierra, porque esto te traerá mucho bien a tu corazón día y noche y hasta la eternidad venidera del nuevo reino de Dios y de su Jesucristo. Por lo tanto, reconcíliate con Él, lo más pronto posible, como hoy mismo, por ejemplo, y por ello te vendrá prosperidad, desde lo muy alto del cielo, desde su mismo trono celestial, como desde su Árbol de vida eterna, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Ya que, Dios sólo puede bendecir al hombre de la creación de sus manos santos, por medio de su Árbol de vida, su Jesucristo de la antigüedad y de toda la vida, también. Por lo tanto, hoy en día, Dios desea bendecirte, como desde mucho antes que te liberase de las profundas tinieblas de la tierra, cuando la sustancia de todo tu ser, sólo era lado y tierra, en sus manos muy santas y gloriosas, por cierto, para darte vida y en abundancia en Él y en su Hijo Santo, el Señor Jesucristo. Y de estas bendiciones que nuestro Padre Celestial desea llenar tu vida, son de las mismas bendiciones de vida y de salud de su Árbol de vida eterna, su Hijo amado, el Señor Jesucristo, de las cuales sus ángeles santos gozan día y noche de cada una de ellas, desde la antigüedad y hasta nuestros días, también, por ejemplo. Porque los ángeles del cielo sólo han conocido en sus corazones: la paz y la tranquilidad perfecta de amar, honrar y de exaltar el nombre de su Dios, sólo por medio de su fruto de vida eterna, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! (Y si alguno de los ángeles se parara delante de ti, hoy en día, por ejemplo, entonces te hablaría sólo del Señor Jesucristo día y noche e incansablemente. Porque eso es todo lo que los ángeles saben de sus vidas, en el reino de los cielos. Y, además, los ángeles le conocen como a su propio corazón, como a su propia vida, desde el día de su creación y hasta nuestros días, en el cielo y en todo el firmamento más profundo y remoto para nuestros ojos, como en el más allá de todas las cosas de Dios y de su Espíritu Santo, por ejemplo.) Entonces no esperes más y has que la tranquilidad de Dios y la alabanza del espíritu de su Árbol de vida sea solo paz y alabanza para tu corazón, para que entonces así comiences ya a crecer en su Espíritu de vida y de salud eterna, ¡el Todopoderoso de Israel y de la humanidad entera! Porque sólo el Señor Jesucristo es la paz, la tranquilidad y la alabanza perfecta de tu corazón y de toda tu vida ante Dios, en el paraíso y en la tierra de en hoy y de siempre, a la vez. Y nada, por más sublime que sea ante tus ojos y los ojos de aquellos que habitan en las bóvedas celestiales, como los ángeles, por ejemplo, no podrá jamás superar la paz, la tranquilidad y la gloria de alabar a tu Dios, como sólo el Señor Jesucristo lo puede hacer, desde la antigüedad y por siempre en la eternidad celestial, también. Entonces todo hombre, mujer, niño y niña, ha sido formado en la imagen y conforme la semejanza divina, para que crezca como Él y como su Hijo, el Señor Jesucristo, en la tierra y en el paraíso también, para honrar en paz y en tranquilidad perfecta de su corazón y de su alma viviente a su Creador, eternamente y para siempre. Ahora, si hemos sido creados para la gloria y para la honra eterna de su nombre santo, entonces tenemos que ser como Él, en vida, en amor y en santidad perfecta e infinita, desde hoy mismo y para siempre, sólo en los poderes sobrenaturales de su espíritu de vida y de justicia celestial, su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Y es precisamente por estas razones sobrenaturales, que nuestro Padre Celestial nos ha creado a cada uno de todos nosotros, en nuestros millares, de todas las razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de la tierra, comenzando con Adán en el paraíso, por ejemplo. En vista de que, para nosotros verdaderamente amar, alabar, honrar y exaltar a nuestro Dios, en la paz y en la tranquilidad infinita de su alabanza perfecta, su Hijo amado, entonces se necesita millares de ángeles y (millares) de hombres, mujeres, niños y niñas, también, como nosotros mismos, hoy en día, en toda la tierra, por ejemplo. Y sólo así entonces hemos de alcanzar paz, glorias, santidades, honras y tranquilidades celestiales de nuestros espíritus humanos, jamás alcanzadas por los corazones de los ángeles ni de los hombres de toda la tierra, como tú y yo hoy en día, mi estimado hermano y mi estimada hermana, desde la antigüedad y hasta nuestros días, también, por ejemplo. Es por eso, que el Señor Jesucristo ha sido la unión perfecta para el corazón de todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, comenzado con Adán, en el paraíso, por ejemplo, delante de Dios y de sus huestes angelicales, en el reino de los cielos y en toda la tierra, de nuestros días, también. Porque de otra manera, jamás podremos estar bien con Él y con su Espíritu Santo, en el paraíso o en la tierra, de nuestros días, ni menos en su nuevo reino celestial, a no ser que verdaderamente nos transformemos en su imagen y conforme a su semejanza perfecta, por medio de los poderes sobrenaturales de su Árbol de vida eterna. Puesto que, fue por esta razón, que Dios mismo llama a Adán a comer de su fruto de vida, de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, para que él sea como Él mismo, en espíritu y en verdad infinita, en el paraíso y en toda su creación celestial, también, eternamente y para siempre. Porque la verdad es que Dios no desea ver a nadie más, en su vida santa del reino de reino, que no sea su Árbol de vida, su Hijo amado, el Señor Jesucristo; es más, es por eso, que cada uno de los ángeles del cielo es como el mismo Señor Jesucristo, delante de Él y de su Espíritu santo. Y aunque los ángeles realmente jamás podrían ser como el Señor Jesucristo, pero aun así lo intentan delante de Dios y de su Espíritu Santo, para agradar a sus corazones y a sus almas santas, en toda la gloria infinita del reino celestial. Es por eso, que nosotros estamos llamados por Dios mismo, desde el día que nos crea en sus manos santas, ha ser tal como Él es, en el espíritu y en la vida santísima, en la imagen y en la semejanza perfecta, de su Árbol de vida eterna, su Hijo amado, el Señor Jesucristo, ni más ni menos. Porque así Dios nos quiere ver vivir siempre, delante de su presencia sagrada, no tanto como los ángeles del cielo (porque ellos ya intentan diariamente a ser como el Señor Jesucristo), pero a nosotros si; es decir, que Dios si desea vernos a todos nosotros ser y vivir como su Hijo amado, en el paraíso y en toda la tierra. Porque nosotros hemos sido creados en su imagen y conforme a su semejanza santa, para ser exactamente, ni más ni menos, cada uno de nosotros, en nuestros millares, de todas las razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de la tierra, exactamente como su mismo Árbol de vida, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Y esto tiene que ser así en cada uno de nosotros, en vida, en carne, en huesos, en espíritu, en amor, en santidad, en paz, en tranquilidad y en alabanza perfecta de gloria y de honra para la eternidad venidera del nuevo reino celestial, tal como el Señor Jesucristo es (y ha de ser) por siempre delante de Dios. Por lo tanto, debemos de creer en Él, sólo por medio de su Espíritu de vida y de salud infinita, de su Árbol de vida, el Señor Jesucristo, para poder entonces complacerlo en toda su verdad y en toda su justicia, en la tierra y en el cielo, también, desde hoy mismo y para siempre. Entonces cada uno de nosotros, hemos de ser transformados en un abrir y cerrar de ojos, en la perfecta imagen y semejanza gloriosa del Árbol de vida eterna, su Hijo amado, el Señor Jesucristo, en el día del SEÑOR de toda la tierra, para comenzar su nueva vida celestial, en la tierra y en el más allá, también. Porque la voluntad perfecta de nuestro Dios ha de ser hecha en la tierra con el Señor Jesucristo con cada hombre, mujer, niño y niña, así como es hecha en el cielo con cada uno de sus ángeles, arcángeles, querubines, serafines del Espíritu Santo y del Señor Jesucristo, para que sólo reine la paz, la tranquilidad y la alabanza celestial. Por lo tanto, la gloria venidera de Dios y de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, ha de ser mayor con los hombres de la humanidad entera, que la del antiguo reino de los cielos y de sus millares de ángeles celestiales del más allá. Entonces siempre ha sido muy importante para la vida de todo hombre, mujer, niño y niña, el nombre del Señor Jesucristo viviendo en sus corazones delante de Dios y de su Espíritu Santo, para cumplir toda verdad y justicia de la voluntad perfecta de nuestro Dios, en la tierra y en el paraíso, también, hoy en día y para siempre. Porque si no empiezas hoy mismo a creer en el SEÑOR, de acuerdo a su voluntad santa, por medio de la vida sagrada de su Hijo amado, entonces jamás podrás tener comunión con Él, en esta vida ni menos en la nueva vida venidera del más allá, del nuevo reino de los cielos. Y esta comunión con Dios, por medio de su Hijo amado, es de suma importancia para nuestros corazones y para toda nuestra vida terrenal y celestial, también, para vivir como debe de ser delante de su presencia santa: libres del mal y limpios de contaminación del pecado de la mentira y de la muerte del fuego del infierno, por ejemplo. Dado que, sólo los ángeles caídos, los mentirosos, los viles, los engañadores, los odiosos de lo bueno y de la buena vida, son los que realmente son enemigos de Dios, en esta vida y en el más allá, también, como en el fuego eterno del infierno, por ejemplo. Porque sólo se puede vivir con nuestro Dios, con la verdad, la justicia y la vida perfecta de su Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo; de otra manera, no se podrá vivir con Él, en el espíritu de su comunión eterna, para crecer y para prosperar en las cosas de nuestras vidas, en la tierra y en el paraíso, también. Entonces si no podemos vivir con Dios, con el espíritu y el nombre sagrado de su Hijo en nuestros corazones, pues, hemos de ser simplemente rechazados una y otra vez por Él y por el paraíso, como le sucedió a Adán en sus días celestiales del cielo, por ejemplo, para descender a vivir y a morir finalmente en la tierra. Y esto ha de ser realmente así con cada uno de sus descendientes, en sus millares, en la tierra, hasta que puedan regresar a sus vidas normales y celestiales, por las cuales, fueron creados en las manos de Dios, para vivirlas en el paraíso con Él y con su Espíritu Santo, rodeado eternamente de las dichosas huestes angelicales, por ejemplo. Es por eso, que es bueno comenzar a llevarse bien con Dios, desde ya, ni importando jamás cuán pecador vil o pecadora terrible seas en tu vida terrenal, mucho antes de entrar a la vida eterna, la cual puede suceder en cualquier momento del día, en la vida de cualquier hombre, mujer, niño o niña de la humanidad entera. Porque el que no se lleva bien con su Dios, en esta vida, y aun cuando estamos viviendo los últimos días, de acuerdo a las escrituras y profecías de los antiguos, por ejemplo, entonces ha de ser porque aun no ha vuelto a nacer. Y esto no es de volver a nacer de la carne de sus progenitores, sino de la carne y del espíritu de vida del Árbol viviente, su fruto de vida y de salud eterna, el Señor Jesucristo, en el paraíso y en toda la tierra, también, hoy y por siempre, en la eternidad venidera del nuevo reino de los cielos. Porque la nueva vida que Dios ha creado, con nuevas tierras y con nuevos cielos, es sólo para todos los hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, de los que han vuelto a nacer del Espíritu Santo de Dios y de su Árbol de vida eterna, el único Cristo posible de Israel y de la humanidad entera. Y como el paraíso es vida y no muerte, entonces es muy bueno que el hombre, la mujer, el niño y la niña, aprenda desde ya ha vivir con su Árbol de vida, el Señor Jesucristo, para agradar a la perfecta voluntad de su Dios y único Fundador de su vida, el Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Porque ésta es la gloria infinita de Dios, de que los que crean en Él, por medio de su Hijo amado, entonces sean sus nombres escritos en "el libro de la vida". Para que cada uno de ellos, en sus millares, en toda la tierra, pueda entonces entrar a la nueva vida eterna del reino de los cielos: libre de toda contaminación del pecado y de sus enfermedades eternas, de su corazón y de su alma viviente, también, en toda la tierra, de hoy en día y de siempre, por ejemplo. Porque el reino de los cielos, así como el paraíso y La Nueva Jerusalén Santa e Infinita, es para los que aman la verdad, la justicia y la vida santa y libre de todo mal del enemigo, el Árbol de la vida, ¡el Señor Jesucristo! NUESTRO DIOS NO DARÁ SU GLORIA Y SU ALABANZA JAMÁS A LOS ÍDOLOS Los ídolos que tienes en tu casa échalos al tacho de basura, porque nunca han servido para nadad ni menos para el bien de nadie, sino todo lo contrario. Realmente, cada ídolo es una ofensa constante ante la presencia santa de Dios y de su Ley, la cual condena terminantemente la existencia de estos objetos falsos y mentirosos, que lo único que hacen es traer maldiciones, enfermedades y muertes a la vida del hombre y de la mujer que creen en ellos, cuando no hay nada de creer (en ellos). Porque la verdad ha sido siempre, desde la antigüedad y hasta nuestros días, por ejemplo, que el único que realmente cree de todo corazón en los ídolos es Satanás, sólo para destruir toda vida del hombre, buena o mala, en la tierra y en el paraíso, también, hoy en día y para siempre. Y la gente ingenua de toda la tierra no conoce ésta gran verdad celestial de sus corazones y de sus espíritus humanos, porque simplemente están sumergidos en las profundas tinieblas del pecado de su corazón de no conocer Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios ni a su gran rey Mesías, ¡el Señor Jesucristo! Porque nuestro salvador es el Señor Jesucristo, desde tiempos inmemoriales y hasta nuestros días, por ejemplo; por ello, sólo éste es su nombre de bendición y de sanidad infinita para todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, para honrar la Ley de Dios en la tierra y en el paraíso, también, por los siglos de los siglos. Porque fuera de el Señor Jesucristo no ha vida, no hay salvación, no hay sanidad, no hay paz, no hay tranquilidad, no hay alabanza, no hay honra, no hay prosperidad alguna para ningún ángel del cielo ni para ningún ser creado en toda la tierra. Por lo tanto, nuestro Dios no le dará su gloria a otros, ni su alabanza a los ídolos e imágenes de piedra, madera, papel, tela, metal, plástico y de muchos otros materiales, que las manos pecadoras de los hombres ingenuos suelen usar, para fabricarlas y adorarlas, como si fuesen dioses de sus vidas, cuando no lo son, ni lo serán jamás. Por esta razón, Dios ha buscado desde siempre a hombres, mujeres, niños y niñas, que le adoren a Él, sólo en el espíritu y en la verdad viviente de su Árbol de vida eterna, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Puesto que, sólo el Señor Jesucristo es la única y verdadera alabanza del corazón de los ángeles del cielo y así también de los hombres, mujeres, niños y niñas, del paraíso y de la tierra, de nuestros días y del nuevo reino venidero, por ejemplo, en el más allá, para la nueva creación de Dios y de su Árbol Viviente. Porque sólo en el Señor Jesucristo viviendo, en el corazón del ángel del cielo y así también en el corazón del hombre de la tierra, es que Dios siempre se ha de agradar de ellos, para perdonar sus pecados y sanar las heridas de sus corazones y de sus almas eternas, también. Por lo tanto, sólo nuestro Dios nos puede sanar nuestros corazones y nuestras vidas en la tierra y en el más allá, también, como en el paraíso, por ejemplo, por medio de su medicina perfecta, la alabanza de nuestras vidas eternas, ¡el Señor Jesucristo! Es por eso, que nuestro Dios nos ha entregado un nombre tan glorioso y tan honroso, el cual es sobre todo nombre que está en los cielos y en la tierra, sólo en el corazón del hombre y de la mujer de fe, para perdonar sus pecados y así entonces sanar las heridas eternas de sus vidas. Porque la verdad es que la herida del corazón y del alma del hombre es eterna, si no es tratada a tiempo con los poderes sobrenaturales y curativos del espíritu de alabanza y de honras infinitas del nombre sagrado del Señor Jesucristo, en sus corazones y en sus vidas de día a día, en la tierra y en el paraíso, también. Y la gente sufre mucho de sus males día y noche, habiendo tanta santidad, tanto poder sobrenatural de los milagros, maravillas y hasta prodigios del fruto y de las aguas de vida eterna del paraíso y de la tierra, porque no conoce la verdad salvadora de su Dios y su único salvador celestial, el Señor Jesucristo, como Adán, por ejemplo. Y es esto que causa la enfermedad y finalmente la muerte del corazón y del alma del hombre de toda la tierra, como en los días de la antigüedad, pues lo es así también hoy en día en todo hombre y mujer de toda la tierra, sin fe y sin Cristo en su vida. Porque si el nombre del Señor Jesucristo vive en el corazón del hombre, entonces muchos, si no todos, de los males de su vida serian inmediatamente eliminados, para que no le sigan haciendo mal alguno a ellos ni a los suyos, tampoco, desde hoy mismo y eternamente y para siempre, en la eternidad venidera. Es por eso, que el nombre del Señor Jesucristo es muy importante para su corazón, para su espíritu y para su alma eterna, también, en esta vida y en la venidera, en el nuevo reino de los cielos, en el más allá, para alabar y para honrar a nuestro Dios, en la paz y tranquilidad de su Espíritu Santo. Porque además de todo, el nombre del Señor Jesucristo, con todas sus bendiciones de paz, tranquilidad y de alabanzas y glorias al nombre sagrado de Dios, no es solamente para la vida del hombre en la tierra, sino también para la nueva eternidad venidera del nuevo reino de los cielos, en el más allá. Es decir, que una vez que el Señor Jesucristo entra en nuestras vidas, entonces jamás ha de dejar de ser en nuestros corazones y en nuestras almas, sino que ha de crecer cada vez más hacia la nueva eternidad celestial, para impartirnos poco a poco más de sus poderes y de sus muchas bendiciones, de parte de nuestro Dios. Es más, el Señor Jesucristo ha de ser nuestra continua alabanza y honra eterna de Dios y de su Espíritu Santo, para alcanzar mayores glorias y santidades perfectas, jamás alcanzadas por los ángeles del cielo, desde la antigüedad y hasta nuestros días, por ejemplo. Entonces el nombre del Señor Jesucristo es nuestra única alabanza perfecta y eternamente honrada y gloriosa para exaltar a nuestro Dios en nuestros corazones, en la tierra y así también en el paraíso, cuando regresemos a Él, para nunca más volvernos alejar de su presencia, como sucedió con Adán, en el día que se alejo del Señor Jesucristo. En verdad, esta es la gloria del corazón y de la vida de cada hombre, mujer, niño y niña, que nuestro Dios siempre ha buscado en Adán y en Eva, desde los días de sus vidas celestiales, en el paraíso y hasta nuestros días, también, por ejemplo, como en tu misma vida de hoy en día, mi estimado hermano. Es decir, también, que nuestro Padre Celestial con su Espíritu Santo está hoy mismo buscando en tu corazón: ésta misma alabanza de gloria de honra infinita para su nombre santo, mi estimado hermano y mi estimada hermana, por medio del nombre sagrado de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Y si el Señor Jesucristo no está en tu corazón, entonces no hay manera posible para Dios gloriarse y honrar su nombre santo en tu vida, ni en la vida de ninguno de los tuyos, tampoco. Y esto es pecado mortal, así como lo fue para Adán y para Eva en el paraíso, entonces lo es también para ti y los tuyos en toda la tierra. En verdad, nuestro Dios no desea el mal de nadie jamás, sino todo lo contrario. Nuestro Dios sólo desea ver al hombre, mujer, niño y niña de toda la tierra, vivir por siempre en la tranquilidad de su verdad y de su justicia infinita, del espíritu de su palabra y de su nombre santo y eternamente salvador de su Árbol de vida, el Señor Jesucristo. Porque nuestro Dios ha buscado desde siempre su paz, su tranquilidad y su alabanza santa y honrada de su nombre sagrado, en la vida perfecta de su Árbol de vida, viviendo en el corazón de Adán y Eva, en el paraíso y así también en cada uno de sus descendientes, también, como tú y yo, hoy en día, por ejemplo. Y estos son de todos sus hijos e hijas, por sus millares, de todas las razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de toda la tierra, del ayer y de toda la vida, también. Entonces para tú estar conectado al cielo, para hablar con tu Dios y recibir día y noche de sus más ricas bendiciones de perdón y de salud infinita, para tu corazón y para tu alma eterna, mi estimado hermano y mi estimada hermana, entonces el Señor Jesucristo tiene que ser parte de tu vida, así como lo es de los ángeles. Y esto puede ser así, en lo íntimo de tu corazón, sin que necesariamente otros conozcan de tu decisión o de tu intimidad con tu Dios, por medio de la vida gloriosa y eternamente honrada de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Por lo tanto, puedes tener una comunicación de persona a persona, por medio de Jesucristo, con tu Dios para que crezcas cada vez más y saques por fin tu cabeza de las profundas tinieblas del más allá, de las cuales te tenían totalmente ciego, sin ver la luz del día o de Dios de tu vida eterna del cielo, por ejemplo. Porque nuestro Dios ha deseado desde siempre que veas la luz del cielo, la luz viviente de tu nueva vida celestial con Él y con su Árbol de vida y de salud infinita para tu alma viviente, ¡el Señor Jesucristo! Y así has de crecer por siempre delante de la presencia sagrada del Creador de tu vida, para alcanzar mayores bendiciones de grandes poderes y glorias para tu espíritu humano y para tu alma viviente, en esta vida y en la venidera también, del nuevo reino de Dios, como la gran ciudad celestial del gran rey Mesías, ¡el Señor Jesucristo! Porque la verdad es que fuera del Señor Jesucristo jamás has de alcanzar el conocimiento perfecto de tu paz, tranquilidad y alabanza a tu Dios y Creador de tu vida eterna, el Todopoderoso de Israel y de la humanidad entera. NUESTRO DIOS BENDECIRA AL JUSTO SIEMPRE Entonces los que aman su nombre santo se regocijarán en su paz eterna, porque Él mismo, nuestro Dios, bendecirá al justo, como siempre lo ha hecho a través de los siglos y hasta nuestros días, también, por ejemplo; pues como un escudo lo rodeará con su favor y con su amor eterno, también, día y noche y por siempre. Porque sólo Él es el fuerte, el Todopoderoso de Israel y de las naciones. Y como Él no hay otro igual, en el cielo ni en la tierra para guardar del mal: el alma preciosa del hombre, de la mujer, del niño y de la niña de la fe viviente, del nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Por ello, ningún mal jamás ha de tocar su morada, en esta vida ni menos en la venidera del más allá, cualquier que sea su vida eterna delante de Dios y de sus huestes angelicales del reino de los cielos. Porque nuestro Padre Celestial nos ama y, además de todo, sólo Él es el Dios del cielo y de la tierra, quien guarda día y noche su alma fiel a su nombre y a su palabra santa, para gloria y para honra infinita de su nombre santo, en la tierra y en el nuevo reino de los cielos, también. Porque ésta es la felicidad del corazón sagrado de nuestro Dios y de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, de velar por siempre por el bien de sus hijos e hijas de todas las naciones de la tierra. Es decir, de los que aman el nombre sagrado de su Hijo amado, entonces realmente le alegraran profundamente en su corazón sagrado y de su Espíritu Santo, también, junto con sus huestes de ángeles del cielo, en el más allá, por ejemplo. Por cuanto, no hay mayor gozo para el corazón de nuestro Dios, de sólo ver al hombre, a la mujer, al niño y a la niña de la humanidad entera, amar el nombre de su Hijo, quizás de la misma manera como él siempre lo ha amado a Él, desde la antigüedad y hasta nuestros días, por ejemplo. Porque su amor hacia su Hijo amado, el Señor Jesucristo, es aun mayor que toda la gloria infinita del reino celestial y de la tierra, también, aun con su universo inmenso, lleno de estrellas, planetas y sus lunas, por ejemplo. Y es preciso por éste amor mismo, por el cual Dios decidió formarnos en su imagen y conforme a su semejanza santa, en el paraíso, para que vivamos por Él y por su Árbol de vida eterna, su Hijo amado, en la eternidad venidera. Entonces el que le da gloria y honra a su nombre santo, en su corazón y en toda su vida también, pues lo ha de tener que hacer en el nombre sagrado de su fruto de vida eterna, Jesucristo, en el paraíso, en la tierra y por siempre otra vez, en su nueva vida infinita del nuevo reino celestial. Entonces la verdadera gloria del corazón del hombre ha de ser el Señor Jesucristo, en la tierra y así también en la nueva vida celestial del nuevo reino de los cielos, en donde sólo los que aman su nombre santo y comen y beben por siempre de su fruto de vida eterna, han de ver la vida eterna del cielo. Porque sólo esto es la felicidad infinita del nuevo reino de los cielos, como en el paraíso o como en su nueva ciudad celestial: La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del más allá, el Señor Jesucristo. Y fuera del Señor Jesucristo, entonces no existe otra felicidad para Dios, ni para su Espíritu Santo ni para sus ángeles celestiales, pues así también para todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera. (Entonces la felicidad de tu corazón, que has estado buscando día a día en tu vida, mi estimado hermano y mi estimada hermana, es realmente el creer en tu Dios y Creador de tu vida por el Señor Jesucristo únicamente. De otra manera, tu corazón jamás ha de conocer la felicidad de la vida santa del reino de los cielos, en todos los días de tu vida por la tierra y así también, en el más allá, como en el infierno o en tu segunda muerte final, en el lago de fuego eterno, por ejemplo.) Por eso, nuestro Dios ama al justo de toda la tierra, porque su corazón está centrado en amar a su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Y mayor amor que éste, el corazón del hombre, ni de la mujer, ni la del niño ni de la niña, ha de conocer en todos los días de su vida por la tierra, ni menos en el más allá. A no ser que éste entré a la vida eterna del nuevo reino de Dios: por esa verdad, por ese camino, por esa vida, que es sólo el Señor Jesucristo, su único y perfecto amor de alabanza eterna a su Dios y Creador de su vida, desde hoy mismo y por siempre, en la tierra y en la eternidad venidera. Y esto es gloria eterna para el corazón sagrado de nuestro Padre Celestial en la tierra y el cielo, también, lo cual nos bendice y nos llena de sus más ricos y gloriosos favores celestiales. Favores de su corazón santo del cielo, de su Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo, siempre llenos de milagros, maravillas y prodigios en los cielos y en la tierra, también, para edificar por siempre nuestras vidas humanas, tal como las vivimos hoy en día en todas las naciones de la tierra, por ejemplo. En la medida en que, el corazón, el espíritu y el alma del hombre, de la mujer, del niño y de la niña de la humanidad entera, tiene que ser lleno del fruto de vida eterna, el Señor Jesucristo, para ver la vida eterna. Y esto es precisamente lo que nuestro Padre Celestial requirió de Adán y de sus descendientes, después de haberlos formado en sus manos santas del polvo de la tierra, para que vivan y jamás mueran, como Lucifer había muerto con sus ángeles caídos, en aquellos días, después de la gran rebelión celestial, por ejemplo, del más allá. Entonces nace una pregunta, en el corazón inquieto del hombre de la tierra: ¿qué es lo que le toma al corazón del hombre para ser justo ante su Dios? (Esto quizás se lo pregunto Adán a si mismo en su corazón en el paraíso, mucho antes de caer en su pecado mortal. Y la verdad fue simple en aquellos días del paraíso, como lo es hoy en día en toda la tierra, también: Sólo creer en el corazón y así confesar con las labios el nombre salvador de nuestra vida: ¡el Señor Jesucristo! Esta era (y ha de ser por siempre) la vida por la cual Díos había creado a Adán y a cada uno de sus descendientes, en el paraíso; y Adán jamás lo entendió así, hasta el mismo día que peca con su Esposa Eva, al comer del fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal. Porque la respuesta a la pregunta del corazón del hombre de la tierra, siempre fue el Señor Jesucristo para Adán y para cada uno de sus descendientes, en el paraíso y por todos los días de nuestras vidas en la tierra, comenzando con Eva, por ejemplo, en el paraíso. Así pues, ni más ni menos, eso es todo lo que Dios requiere de todo hombre, mujer, niño y niña de toda la tierra, para ser visto por Él mismo con sus ojos santos, desde el cielo, desde su trono santo de gloria y de honra infinita, como justo, para su nueva vida celestial de su nuevo reino eterno. Es decir, para declararlos a cada uno de ellos, en sus millares, de todas las razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de la humanidad entera, como justo ante su presencia santa, no sólo por ese día o por un tiempo, sino para toda la vida, para la eternidad venidera de su nuevo reino infinito del más allá. Entonces la promesa de nuestro Padre Celestial ha de ser como siempre, para con el justo, de que lo ha de rodear con su espíritu de favores infinitos, para enriquecerlo por siempre, como enriquece la vida de los ángeles del reino de los cielos, desde el día de su creación y hasta nuestros días, por ejemplo. Y sólo así entonces edificar su vida día y noche delante de su presencia santa, para que ese corazón y esa alma sagrada para sus ojos y para su alma eterna, le sean por siempre útiles para su nombre eterno, en la tierra y en el cielo, también, eternamente y para siempre. Porque la verdad es que sólo para los que se regocijan en el nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, en sus corazones, son los que realmente han de gozar día y noche de la paz eterna de nuestro Dios y Padre Celestial que está en los cielos. Y ésta paz de nuestro Padre Celestial sólo se la puede encontrar en el cielo y aun en la tierra de nuestros días, también, si tan sólo le creemos a Él, como a nuestro Padre Celestial de nuestras vidas por amor al Señor Jesucristo, para que entonces su Espíritu Santo nos rodeé de sus favores divinos diariamente y sin cesar jamás. Y así Él mismo, nuestro Padre Celestial, librarnos de los poderes del pecado y de sus profundas tinieblas, para sanarnos y hacernos felices en nuestros corazones y listos para alabarlo y honrarlo a Él y a su nombre sagrado día y noche en nuestras almas, en nuestras vidas, en la tierra y hasta la eternidad venidera, también. Por lo tanto, es muy importante para nuestros corazones que el Señor Jesucristo éste en nosotros, para cumplir la perfecta voluntad de nuestro Dios y así entonces poder alabar y por siempre honrar a nuestro Dios que está en los cielos, como debió de ser desde el comienzo de nuestras vidas en el paraíso, por ejemplo, con Adán y Eva. Porque de otra manera, no podremos jamás hacer la voluntad de nuestro Dios, ni menos vamos a honrar y exaltar su nombre santo en nuestras vidas terrenales ni menos en el más allá, en nuestras nuevas vidas infinitas, como en su nueva ciudad celestial: La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del cielo. Porque nuestro Dios jamás se ha de agradar de ninguno de nosotros, por ninguna razón, a no ser que esa razón sea su Jesucristo viviendo en nuestros corazones y en nuestro diario vivir, en la tierra y así también en el paraíso, para que su corazón esté por siempre tranquilo y alegre para con nosotros, en toda la tierra. Y esto es luz, luz eterna para nuestras vidas y la de los nuestros también, hoy en día y por siempre, en los días venideros, también. Pues entonces el corazón santo y eterno de nuestro Dios por siempre ha de estar alegre con cada uno de nosotros, en todo momento de su vida celestial, en la tierra y aun en el más allá, también, en nuestras nuevas vidas infinitas del nuevo reino de los cielos. Y si su corazón santo está realmente en paz y alegre con nosotros, entonces nuestros corazones y nuestras almas eternas han de estar en paz y en perfecta tranquilidad también, para honrarle y para servirle por siempre, en la tierra y en el paraíso, alabando su nombre santo día y noche y hasta el infinito, de la nueva eternidad venidera. El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su Jesucristo es contigo. ¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre! Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman, Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, el Señor Jesucristo. LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS Es por eso que los ídolos han sido desde siemp un tropiezo a la verdad de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida, de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego del infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios. En verdad, el fin de todos estos males está aquí contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos también, en la eternidad del reino de Dios. Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en día honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus santos ángeles. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de las naciones! SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde los lugares muy altos y santos del reino de los cielos: PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí". SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos". TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre en vano". CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del sábado y lo santificó". QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da". SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio". SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio". OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás". NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de tu prójimo". DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo". Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así, en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos, también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas, en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas familias, por toda la tierra. Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y salvador de todas nuestras almas: ORACIÓN DEL PERDÓN Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos los siglos. Amén. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO, sino es POR MÍ". Juan 14: NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR. ¡CONFÍA EN JESÚS HOY! MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE. YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY. - Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de éste MUNDO y su MUERTE. Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete): Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA. QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di: Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR. ¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No _____? ¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____? Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora: Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de Cristo a los demás. Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio, entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia, para ver que clase de libros están a tu disposición, para que te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios. Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti, para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de hoy y para siempre. El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre. El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo corazón, con su voz tiene que rendirle el homb gloria y loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas, como antes y como siempre, por la eternidad. http://www.supercadenacristiana.com/...player-wm.asp? playertype=wm%20%20/// http://www.unored.com/streams/radiovisioncristiana.asx http://radioalerta.com |
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