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(IVÁN): EN TRANQUILIDAD ALABAMOS A NUESTRO DIOS



 
 
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Old February 20th 07, 09:41 PM posted to misc.kids.health
IVAN VALAREZO
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Default (IVÁN): EN TRANQUILIDAD ALABAMOS A NUESTRO DIOS


Sábado, 17 de febrero, año 2007 de Nuestro Salvador
Jesucristo, Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)


EN TRANQUILIDAD ALABAMOS A NUESTRO DIOS

Ciertamente en la perfecta tranquilidad de nuestros corazones
y de nuestros espíritus humanos hemos de llegar a ver y a
conocer a nuestro Padre Celestial que está en los cielos.
Porque el mismo Señor Jesucristo nos guiara más allá del
cielo, como del reino de los ángeles, por ejemplo, para
encontrarnos con nuestro Padre Celestial, para conocernos y
para abrazarnos como Padre a hijos e hijas, en la tierra más
sagrada del cielo.

Y en éste día, Dios mismo nos espera ver con gran ansiedad de
su corazón sagrado y todos nosotros llenos de su Espíritu
Santo para jamás volvernos a separar por culpa del pecado, en
la eternidad venidera. Porque tanto como nuestro Padre
Celestial y cada uno de nosotros, en nuestros millares,
descendientes de Adán, somos para la paz y la tranquilidad de
la eternidad venidera, para gozarnos juntos por siempre de la
llenura de la felicidad y del amor sobrenatural del Espíritu
Santo y del Árbol de la vida, ¡el Señor Jesucristo!

Y hasta aquellos días gloriosos largos y eternos del nuevo
reino de Dios, entonces tenemos que vivir y amar a nuestro
Padre Celestial, sólo por medio de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo. Porque es éste amor sobrenatural de Padre a Hijo
es el que realmente nos ha de unir, hoy en día, como en los
días de la eternidad venidera, pero con mayor fuerza
sobrenatural que antes, por los poderes del Espíritu de Dios,
en el paraíso y en el reino de los cielos alabar y honrar a
nuestro Dios Eterno. Por eso, mi estimado hermano y mi
estimada hermana ama a Dios en toda la tierra, sólo por el
amor sobrenatural de su fruto de vida eterna, su Hijo amado y
único salvador de tu vida, ¡el Señor Jesucristo!

Trata, pues, de llevarte bien con tu Padre Celestial que está
en su trono santo, a pesar de tu manera de vivir, cualquiera
que sea ella, en estos días de tu vida por la tierra, porque
esto te traerá mucho bien a tu corazón día y noche y hasta la
eternidad venidera del nuevo reino de Dios y de su
Jesucristo. Por lo tanto, reconcíliate con Él, lo más pronto
posible, como hoy mismo, por ejemplo, y por ello te vendrá
prosperidad, desde lo muy alto del cielo, desde su mismo
trono celestial, como desde su Árbol de vida eterna, su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo!

Ya que, Dios sólo puede bendecir al hombre de la creación de
sus manos santos, por medio de su Árbol de vida, su
Jesucristo de la antigüedad y de toda la vida, también. Por
lo tanto, hoy en día, Dios desea bendecirte, como desde mucho
antes que te liberase de las profundas tinieblas de la
tierra, cuando la sustancia de todo tu ser, sólo era lado y
tierra, en sus manos muy santas y gloriosas, por cierto, para
darte vida y en abundancia en Él y en su Hijo Santo, el Señor
Jesucristo.

Y de estas bendiciones que nuestro Padre Celestial desea
llenar tu vida, son de las mismas bendiciones de vida y de
salud de su Árbol de vida eterna, su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, de las cuales sus ángeles santos gozan día y
noche de cada una de ellas, desde la antigüedad y hasta
nuestros días, también, por ejemplo. Porque los ángeles del
cielo sólo han conocido en sus corazones: la paz y la
tranquilidad perfecta de amar, honrar y de exaltar el nombre
de su Dios, sólo por medio de su fruto de vida eterna, su
Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

(Y si alguno de los ángeles se parara delante de ti, hoy en
día, por ejemplo, entonces te hablaría sólo del Señor
Jesucristo día y noche e incansablemente. Porque eso es todo
lo que los ángeles saben de sus vidas, en el reino de los
cielos. Y, además, los ángeles le conocen como a su propio
corazón, como a su propia vida, desde el día de su creación y
hasta nuestros días, en el cielo y en todo el firmamento más
profundo y remoto para nuestros ojos, como en el más allá de
todas las cosas de Dios y de su Espíritu Santo, por ejemplo.)

Entonces no esperes más y has que la tranquilidad de Dios y
la alabanza del espíritu de su Árbol de vida sea solo paz y
alabanza para tu corazón, para que entonces así comiences ya
a crecer en su Espíritu de vida y de salud eterna, ¡el
Todopoderoso de Israel y de la humanidad entera! Porque sólo
el Señor Jesucristo es la paz, la tranquilidad y la alabanza
perfecta de tu corazón y de toda tu vida ante Dios, en el
paraíso y en la tierra de en hoy y de siempre, a la vez.

Y nada, por más sublime que sea ante tus ojos y los ojos de
aquellos que habitan en las bóvedas celestiales, como los
ángeles, por ejemplo, no podrá jamás superar la paz, la
tranquilidad y la gloria de alabar a tu Dios, como sólo el
Señor Jesucristo lo puede hacer, desde la antigüedad y por
siempre en la eternidad celestial, también. Entonces todo
hombre, mujer, niño y niña, ha sido formado en la imagen y
conforme la semejanza divina, para que crezca como Él y como
su Hijo, el Señor Jesucristo, en la tierra y en el paraíso
también, para honrar en paz y en tranquilidad perfecta de su
corazón y de su alma viviente a su Creador, eternamente y
para siempre.

Ahora, si hemos sido creados para la gloria y para la honra
eterna de su nombre santo, entonces tenemos que ser como Él,
en vida, en amor y en santidad perfecta e infinita, desde hoy
mismo y para siempre, sólo en los poderes sobrenaturales de
su espíritu de vida y de justicia celestial, su Hijo amado,
el Señor Jesucristo. Y es precisamente por estas razones
sobrenaturales, que nuestro Padre Celestial nos ha creado a
cada uno de todos nosotros, en nuestros millares, de todas
las razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de la tierra,
comenzando con Adán en el paraíso, por ejemplo.

En vista de que, para nosotros verdaderamente amar, alabar,
honrar y exaltar a nuestro Dios, en la paz y en la
tranquilidad infinita de su alabanza perfecta, su Hijo amado,
entonces se necesita millares de ángeles y (millares) de
hombres, mujeres, niños y niñas, también, como nosotros
mismos, hoy en día, en toda la tierra, por ejemplo. Y sólo
así entonces hemos de alcanzar paz, glorias, santidades,
honras y tranquilidades celestiales de nuestros espíritus
humanos, jamás alcanzadas por los corazones de los ángeles ni
de los hombres de toda la tierra, como tú y yo hoy en día, mi
estimado hermano y mi estimada hermana, desde la antigüedad y
hasta nuestros días, también, por ejemplo.

Es por eso, que el Señor Jesucristo ha sido la unión perfecta
para el corazón de todo hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, comenzado con Adán, en el paraíso, por
ejemplo, delante de Dios y de sus huestes angelicales, en el
reino de los cielos y en toda la tierra, de nuestros días,
también. Porque de otra manera, jamás podremos estar bien con
Él y con su Espíritu Santo, en el paraíso o en la tierra, de
nuestros días, ni menos en su nuevo reino celestial, a no ser
que verdaderamente nos transformemos en su imagen y conforme
a su semejanza perfecta, por medio de los poderes
sobrenaturales de su Árbol de vida eterna.

Puesto que, fue por esta razón, que Dios mismo llama a Adán a
comer de su fruto de vida, de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, para que él sea como Él mismo, en espíritu y en
verdad infinita, en el paraíso y en toda su creación
celestial, también, eternamente y para siempre. Porque la
verdad es que Dios no desea ver a nadie más, en su vida santa
del reino de reino, que no sea su Árbol de vida, su Hijo
amado, el Señor Jesucristo; es más, es por eso, que cada uno
de los ángeles del cielo es como el mismo Señor Jesucristo,
delante de Él y de su Espíritu santo.

Y aunque los ángeles realmente jamás podrían ser como el
Señor Jesucristo, pero aun así lo intentan delante de Dios y
de su Espíritu Santo, para agradar a sus corazones y a sus
almas santas, en toda la gloria infinita del reino celestial.
Es por eso, que nosotros estamos llamados por Dios mismo,
desde el día que nos crea en sus manos santas, ha ser tal
como Él es, en el espíritu y en la vida santísima, en la
imagen y en la semejanza perfecta, de su Árbol de vida
eterna, su Hijo amado, el Señor Jesucristo, ni más ni menos.

Porque así Dios nos quiere ver vivir siempre, delante de su
presencia sagrada, no tanto como los ángeles del cielo
(porque ellos ya intentan diariamente a ser como el Señor
Jesucristo), pero a nosotros si; es decir, que Dios si desea
vernos a todos nosotros ser y vivir como su Hijo amado, en el
paraíso y en toda la tierra. Porque nosotros hemos sido
creados en su imagen y conforme a su semejanza santa, para
ser exactamente, ni más ni menos, cada uno de nosotros, en
nuestros millares, de todas las razas, pueblos, linajes,
tribus y reinos de la tierra, exactamente como su mismo Árbol
de vida, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Y esto tiene que ser así en cada uno de nosotros, en vida, en
carne, en huesos, en espíritu, en amor, en santidad, en paz,
en tranquilidad y en alabanza perfecta de gloria y de honra
para la eternidad venidera del nuevo reino celestial, tal
como el Señor Jesucristo es (y ha de ser) por siempre delante
de Dios. Por lo tanto, debemos de creer en Él, sólo por medio
de su Espíritu de vida y de salud infinita, de su Árbol de
vida, el Señor Jesucristo, para poder entonces complacerlo en
toda su verdad y en toda su justicia, en la tierra y en el
cielo, también, desde hoy mismo y para siempre.

Entonces cada uno de nosotros, hemos de ser transformados en
un abrir y cerrar de ojos, en la perfecta imagen y semejanza
gloriosa del Árbol de vida eterna, su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, en el día del SEÑOR de toda la tierra, para
comenzar su nueva vida celestial, en la tierra y en el más
allá, también. Porque la voluntad perfecta de nuestro Dios ha
de ser hecha en la tierra con el Señor Jesucristo con cada
hombre, mujer, niño y niña, así como es hecha en el cielo con
cada uno de sus ángeles, arcángeles, querubines, serafines
del Espíritu Santo y del Señor Jesucristo, para que sólo
reine la paz, la tranquilidad y la alabanza celestial.

Por lo tanto, la gloria venidera de Dios y de su Hijo amado,
el Señor Jesucristo, ha de ser mayor con los hombres de la
humanidad entera, que la del antiguo reino de los cielos y de
sus millares de ángeles celestiales del más allá. Entonces
siempre ha sido muy importante para la vida de todo hombre,
mujer, niño y niña, el nombre del Señor Jesucristo viviendo
en sus corazones delante de Dios y de su Espíritu Santo, para
cumplir toda verdad y justicia de la voluntad perfecta de
nuestro Dios, en la tierra y en el paraíso, también, hoy en
día y para siempre.

Porque si no empiezas hoy mismo a creer en el SEÑOR, de
acuerdo a su voluntad santa, por medio de la vida sagrada de
su Hijo amado, entonces jamás podrás tener comunión con Él,
en esta vida ni menos en la nueva vida venidera del más allá,
del nuevo reino de los cielos. Y esta comunión con Dios, por
medio de su Hijo amado, es de suma importancia para nuestros
corazones y para toda nuestra vida terrenal y celestial,
también, para vivir como debe de ser delante de su presencia
santa: libres del mal y limpios de contaminación del pecado
de la mentira y de la muerte del fuego del infierno, por
ejemplo.

Dado que, sólo los ángeles caídos, los mentirosos, los viles,
los engañadores, los odiosos de lo bueno y de la buena vida,
son los que realmente son enemigos de Dios, en esta vida y en
el más allá, también, como en el fuego eterno del infierno,
por ejemplo. Porque sólo se puede vivir con nuestro Dios, con
la verdad, la justicia y la vida perfecta de su Árbol de vida
eterna, el Señor Jesucristo; de otra manera, no se podrá
vivir con Él, en el espíritu de su comunión eterna, para
crecer y para prosperar en las cosas de nuestras vidas, en la
tierra y en el paraíso, también.

Entonces si no podemos vivir con Dios, con el espíritu y el
nombre sagrado de su Hijo en nuestros corazones, pues, hemos
de ser simplemente rechazados una y otra vez por Él y por el
paraíso, como le sucedió a Adán en sus días celestiales del
cielo, por ejemplo, para descender a vivir y a morir
finalmente en la tierra. Y esto ha de ser realmente así con
cada uno de sus descendientes, en sus millares, en la tierra,
hasta que puedan regresar a sus vidas normales y celestiales,
por las cuales, fueron creados en las manos de Dios, para
vivirlas en el paraíso con Él y con su Espíritu Santo,
rodeado eternamente de las dichosas huestes angelicales, por
ejemplo.

Es por eso, que es bueno comenzar a llevarse bien con Dios,
desde ya, ni importando jamás cuán pecador vil o pecadora
terrible seas en tu vida terrenal, mucho antes de entrar a la
vida eterna, la cual puede suceder en cualquier momento del
día, en la vida de cualquier hombre, mujer, niño o niña de la
humanidad entera. Porque el que no se lleva bien con su Dios,
en esta vida, y aun cuando estamos viviendo los últimos días,
de acuerdo a las escrituras y profecías de los antiguos, por
ejemplo, entonces ha de ser porque aun no ha vuelto a nacer.

Y esto no es de volver a nacer de la carne de sus
progenitores, sino de la carne y del espíritu de vida del
Árbol viviente, su fruto de vida y de salud eterna, el Señor
Jesucristo, en el paraíso y en toda la tierra, también, hoy y
por siempre, en la eternidad venidera del nuevo reino de los
cielos. Porque la nueva vida que Dios ha creado, con nuevas
tierras y con nuevos cielos, es sólo para todos los hombres,
mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, de los que han
vuelto a nacer del Espíritu Santo de Dios y de su Árbol de
vida eterna, el único Cristo posible de Israel y de la
humanidad entera.

Y como el paraíso es vida y no muerte, entonces es muy bueno
que el hombre, la mujer, el niño y la niña, aprenda desde ya
ha vivir con su Árbol de vida, el Señor Jesucristo, para
agradar a la perfecta voluntad de su Dios y único Fundador de
su vida, el Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
Porque ésta es la gloria infinita de Dios, de que los que
crean en Él, por medio de su Hijo amado, entonces sean sus
nombres escritos en "el libro de la vida".

Para que cada uno de ellos, en sus millares, en toda la
tierra, pueda entonces entrar a la nueva vida eterna del
reino de los cielos: libre de toda contaminación del pecado y
de sus enfermedades eternas, de su corazón y de su alma
viviente, también, en toda la tierra, de hoy en día y de
siempre, por ejemplo. Porque el reino de los cielos, así como
el paraíso y La Nueva Jerusalén Santa e Infinita, es para los
que aman la verdad, la justicia y la vida santa y libre de
todo mal del enemigo, el Árbol de la vida, ¡el Señor
Jesucristo!

NUESTRO DIOS NO DARÁ SU GLORIA Y SU ALABANZA JAMÁS A LOS
ÍDOLOS

Los ídolos que tienes en tu casa échalos al tacho de basura,
porque nunca han servido para nadad ni menos para el bien de
nadie, sino todo lo contrario. Realmente, cada ídolo es una
ofensa constante ante la presencia santa de Dios y de su Ley,
la cual condena terminantemente la existencia de estos
objetos falsos y mentirosos, que lo único que hacen es traer
maldiciones, enfermedades y muertes a la vida del hombre y de
la mujer que creen en ellos, cuando no hay nada de creer (en
ellos).

Porque la verdad ha sido siempre, desde la antigüedad y hasta
nuestros días, por ejemplo, que el único que realmente cree
de todo corazón en los ídolos es Satanás, sólo para destruir
toda vida del hombre, buena o mala, en la tierra y en el
paraíso, también, hoy en día y para siempre. Y la gente
ingenua de toda la tierra no conoce ésta gran verdad
celestial de sus corazones y de sus espíritus humanos, porque
simplemente están sumergidos en las profundas tinieblas del
pecado de su corazón de no conocer Los Diez Mandamientos de
la Ley de Dios ni a su gran rey Mesías, ¡el Señor Jesucristo!

Porque nuestro salvador es el Señor Jesucristo, desde tiempos
inmemoriales y hasta nuestros días, por ejemplo; por ello,
sólo éste es su nombre de bendición y de sanidad infinita
para todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera,
para honrar la Ley de Dios en la tierra y en el paraíso,
también, por los siglos de los siglos. Porque fuera de el
Señor Jesucristo no ha vida, no hay salvación, no hay
sanidad, no hay paz, no hay tranquilidad, no hay alabanza, no
hay honra, no hay prosperidad alguna para ningún ángel del
cielo ni para ningún ser creado en toda la tierra.

Por lo tanto, nuestro Dios no le dará su gloria a otros, ni
su alabanza a los ídolos e imágenes de piedra, madera, papel,
tela, metal, plástico y de muchos otros materiales, que las
manos pecadoras de los hombres ingenuos suelen usar, para
fabricarlas y adorarlas, como si fuesen dioses de sus vidas,
cuando no lo son, ni lo serán jamás. Por esta razón, Dios ha
buscado desde siempre a hombres, mujeres, niños y niñas, que
le adoren a Él, sólo en el espíritu y en la verdad viviente
de su Árbol de vida eterna, su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!

Puesto que, sólo el Señor Jesucristo es la única y verdadera
alabanza del corazón de los ángeles del cielo y así también
de los hombres, mujeres, niños y niñas, del paraíso y de la
tierra, de nuestros días y del nuevo reino venidero, por
ejemplo, en el más allá, para la nueva creación de Dios y de
su Árbol Viviente. Porque sólo en el Señor Jesucristo
viviendo, en el corazón del ángel del cielo y así también en
el corazón del hombre de la tierra, es que Dios siempre se ha
de agradar de ellos, para perdonar sus pecados y sanar las
heridas de sus corazones y de sus almas eternas, también.

Por lo tanto, sólo nuestro Dios nos puede sanar nuestros
corazones y nuestras vidas en la tierra y en el más allá,
también, como en el paraíso, por ejemplo, por medio de su
medicina perfecta, la alabanza de nuestras vidas eternas, ¡el
Señor Jesucristo! Es por eso, que nuestro Dios nos ha
entregado un nombre tan glorioso y tan honroso, el cual es
sobre todo nombre que está en los cielos y en la tierra, sólo
en el corazón del hombre y de la mujer de fe, para perdonar
sus pecados y así entonces sanar las heridas eternas de sus
vidas.

Porque la verdad es que la herida del corazón y del alma del
hombre es eterna, si no es tratada a tiempo con los poderes
sobrenaturales y curativos del espíritu de alabanza y de
honras infinitas del nombre sagrado del Señor Jesucristo, en
sus corazones y en sus vidas de día a día, en la tierra y en
el paraíso, también. Y la gente sufre mucho de sus males día
y noche, habiendo tanta santidad, tanto poder sobrenatural de
los milagros, maravillas y hasta prodigios del fruto y de las
aguas de vida eterna del paraíso y de la tierra, porque no
conoce la verdad salvadora de su Dios y su único salvador
celestial, el Señor Jesucristo, como Adán, por ejemplo.

Y es esto que causa la enfermedad y finalmente la muerte del
corazón y del alma del hombre de toda la tierra, como en los
días de la antigüedad, pues lo es así también hoy en día en
todo hombre y mujer de toda la tierra, sin fe y sin Cristo en
su vida. Porque si el nombre del Señor Jesucristo vive en el
corazón del hombre, entonces muchos, si no todos, de los
males de su vida serian inmediatamente eliminados, para que
no le sigan haciendo mal alguno a ellos ni a los suyos,
tampoco, desde hoy mismo y eternamente y para siempre, en la
eternidad venidera.

Es por eso, que el nombre del Señor Jesucristo es muy
importante para su corazón, para su espíritu y para su alma
eterna, también, en esta vida y en la venidera, en el nuevo
reino de los cielos, en el más allá, para alabar y para
honrar a nuestro Dios, en la paz y tranquilidad de su
Espíritu Santo. Porque además de todo, el nombre del Señor
Jesucristo, con todas sus bendiciones de paz, tranquilidad y
de alabanzas y glorias al nombre sagrado de Dios, no es
solamente para la vida del hombre en la tierra, sino también
para la nueva eternidad venidera del nuevo reino de los
cielos, en el más allá.

Es decir, que una vez que el Señor Jesucristo entra en
nuestras vidas, entonces jamás ha de dejar de ser en nuestros
corazones y en nuestras almas, sino que ha de crecer cada vez
más hacia la nueva eternidad celestial, para impartirnos poco
a poco más de sus poderes y de sus muchas bendiciones, de
parte de nuestro Dios. Es más, el Señor Jesucristo ha de ser
nuestra continua alabanza y honra eterna de Dios y de su
Espíritu Santo, para alcanzar mayores glorias y santidades
perfectas, jamás alcanzadas por los ángeles del cielo, desde
la antigüedad y hasta nuestros días, por ejemplo.

Entonces el nombre del Señor Jesucristo es nuestra única
alabanza perfecta y eternamente honrada y gloriosa para
exaltar a nuestro Dios en nuestros corazones, en la tierra y
así también en el paraíso, cuando regresemos a Él, para nunca
más volvernos alejar de su presencia, como sucedió con Adán,
en el día que se alejo del Señor Jesucristo. En verdad, esta
es la gloria del corazón y de la vida de cada hombre, mujer,
niño y niña, que nuestro Dios siempre ha buscado en Adán y en
Eva, desde los días de sus vidas celestiales, en el paraíso y
hasta nuestros días, también, por ejemplo, como en tu misma
vida de hoy en día, mi estimado hermano.

Es decir, también, que nuestro Padre Celestial con su
Espíritu Santo está hoy mismo buscando en tu corazón: ésta
misma alabanza de gloria de honra infinita para su nombre
santo, mi estimado hermano y mi estimada hermana, por medio
del nombre sagrado de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Y
si el Señor Jesucristo no está en tu corazón, entonces no hay
manera posible para Dios gloriarse y honrar su nombre santo
en tu vida, ni en la vida de ninguno de los tuyos, tampoco.

Y esto es pecado mortal, así como lo fue para Adán y para Eva
en el paraíso, entonces lo es también para ti y los tuyos en
toda la tierra. En verdad, nuestro Dios no desea el mal de
nadie jamás, sino todo lo contrario. Nuestro Dios sólo desea
ver al hombre, mujer, niño y niña de toda la tierra, vivir
por siempre en la tranquilidad de su verdad y de su justicia
infinita, del espíritu de su palabra y de su nombre santo y
eternamente salvador de su Árbol de vida, el Señor
Jesucristo.

Porque nuestro Dios ha buscado desde siempre su paz, su
tranquilidad y su alabanza santa y honrada de su nombre
sagrado, en la vida perfecta de su Árbol de vida, viviendo en
el corazón de Adán y Eva, en el paraíso y así también en cada
uno de sus descendientes, también, como tú y yo, hoy en día,
por ejemplo. Y estos son de todos sus hijos e hijas, por sus
millares, de todas las razas, pueblos, linajes, tribus y
reinos de toda la tierra, del ayer y de toda la vida,
también.

Entonces para tú estar conectado al cielo, para hablar con tu
Dios y recibir día y noche de sus más ricas bendiciones de
perdón y de salud infinita, para tu corazón y para tu alma
eterna, mi estimado hermano y mi estimada hermana, entonces
el Señor Jesucristo tiene que ser parte de tu vida, así como
lo es de los ángeles. Y esto puede ser así, en lo íntimo de
tu corazón, sin que necesariamente otros conozcan de tu
decisión o de tu intimidad con tu Dios, por medio de la vida
gloriosa y eternamente honrada de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!

Por lo tanto, puedes tener una comunicación de persona a
persona, por medio de Jesucristo, con tu Dios para que
crezcas cada vez más y saques por fin tu cabeza de las
profundas tinieblas del más allá, de las cuales te tenían
totalmente ciego, sin ver la luz del día o de Dios de tu vida
eterna del cielo, por ejemplo. Porque nuestro Dios ha deseado
desde siempre que veas la luz del cielo, la luz viviente de
tu nueva vida celestial con Él y con su Árbol de vida y de
salud infinita para tu alma viviente, ¡el Señor Jesucristo!

Y así has de crecer por siempre delante de la presencia
sagrada del Creador de tu vida, para alcanzar mayores
bendiciones de grandes poderes y glorias para tu espíritu
humano y para tu alma viviente, en esta vida y en la venidera
también, del nuevo reino de Dios, como la gran ciudad
celestial del gran rey Mesías, ¡el Señor Jesucristo! Porque
la verdad es que fuera del Señor Jesucristo jamás has de
alcanzar el conocimiento perfecto de tu paz, tranquilidad y
alabanza a tu Dios y Creador de tu vida eterna, el
Todopoderoso de Israel y de la humanidad entera.

NUESTRO DIOS BENDECIRA AL JUSTO SIEMPRE

Entonces los que aman su nombre santo se regocijarán en su
paz eterna, porque Él mismo, nuestro Dios, bendecirá al
justo, como siempre lo ha hecho a través de los siglos y
hasta nuestros días, también, por ejemplo; pues como un
escudo lo rodeará con su favor y con su amor eterno, también,
día y noche y por siempre. Porque sólo Él es el fuerte, el
Todopoderoso de Israel y de las naciones. Y como Él no hay
otro igual, en el cielo ni en la tierra para guardar del mal:
el alma preciosa del hombre, de la mujer, del niño y de la
niña de la fe viviente, del nombre sagrado de su Hijo amado,
el Señor Jesucristo.

Por ello, ningún mal jamás ha de tocar su morada, en esta
vida ni menos en la venidera del más allá, cualquier que sea
su vida eterna delante de Dios y de sus huestes angelicales
del reino de los cielos. Porque nuestro Padre Celestial nos
ama y, además de todo, sólo Él es el Dios del cielo y de la
tierra, quien guarda día y noche su alma fiel a su nombre y a
su palabra santa, para gloria y para honra infinita de su
nombre santo, en la tierra y en el nuevo reino de los cielos,
también.

Porque ésta es la felicidad del corazón sagrado de nuestro
Dios y de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, de velar por
siempre por el bien de sus hijos e hijas de todas las
naciones de la tierra. Es decir, de los que aman el nombre
sagrado de su Hijo amado, entonces realmente le alegraran
profundamente en su corazón sagrado y de su Espíritu Santo,
también, junto con sus huestes de ángeles del cielo, en el
más allá, por ejemplo.

Por cuanto, no hay mayor gozo para el corazón de nuestro
Dios, de sólo ver al hombre, a la mujer, al niño y a la niña
de la humanidad entera, amar el nombre de su Hijo, quizás de
la misma manera como él siempre lo ha amado a Él, desde la
antigüedad y hasta nuestros días, por ejemplo. Porque su amor
hacia su Hijo amado, el Señor Jesucristo, es aun mayor que
toda la gloria infinita del reino celestial y de la tierra,
también, aun con su universo inmenso, lleno de estrellas,
planetas y sus lunas, por ejemplo.

Y es preciso por éste amor mismo, por el cual Dios decidió
formarnos en su imagen y conforme a su semejanza santa, en el
paraíso, para que vivamos por Él y por su Árbol de vida
eterna, su Hijo amado, en la eternidad venidera. Entonces el
que le da gloria y honra a su nombre santo, en su corazón y
en toda su vida también, pues lo ha de tener que hacer en el
nombre sagrado de su fruto de vida eterna, Jesucristo, en el
paraíso, en la tierra y por siempre otra vez, en su nueva
vida infinita del nuevo reino celestial.

Entonces la verdadera gloria del corazón del hombre ha de ser
el Señor Jesucristo, en la tierra y así también en la nueva
vida celestial del nuevo reino de los cielos, en donde sólo
los que aman su nombre santo y comen y beben por siempre de
su fruto de vida eterna, han de ver la vida eterna del cielo.
Porque sólo esto es la felicidad infinita del nuevo reino de
los cielos, como en el paraíso o como en su nueva ciudad
celestial: La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del más allá,
el Señor Jesucristo.

Y fuera del Señor Jesucristo, entonces no existe otra
felicidad para Dios, ni para su Espíritu Santo ni para sus
ángeles celestiales, pues así también para todo hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera. (Entonces la
felicidad de tu corazón, que has estado buscando día a día en
tu vida, mi estimado hermano y mi estimada hermana, es
realmente el creer en tu Dios y Creador de tu vida por el
Señor Jesucristo únicamente. De otra manera, tu corazón jamás
ha de conocer la felicidad de la vida santa del reino de los
cielos, en todos los días de tu vida por la tierra y así
también, en el más allá, como en el infierno o en tu segunda
muerte final, en el lago de fuego eterno, por ejemplo.)

Por eso, nuestro Dios ama al justo de toda la tierra, porque
su corazón está centrado en amar a su Hijo amado, el Señor
Jesucristo. Y mayor amor que éste, el corazón del hombre, ni
de la mujer, ni la del niño ni de la niña, ha de conocer en
todos los días de su vida por la tierra, ni menos en el más
allá. A no ser que éste entré a la vida eterna del nuevo
reino de Dios: por esa verdad, por ese camino, por esa vida,
que es sólo el Señor Jesucristo, su único y perfecto amor de
alabanza eterna a su Dios y Creador de su vida, desde hoy
mismo y por siempre, en la tierra y en la eternidad venidera.

Y esto es gloria eterna para el corazón sagrado de nuestro
Padre Celestial en la tierra y el cielo, también, lo cual nos
bendice y nos llena de sus más ricos y gloriosos favores
celestiales. Favores de su corazón santo del cielo, de su
Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo, siempre llenos de
milagros, maravillas y prodigios en los cielos y en la
tierra, también, para edificar por siempre nuestras vidas
humanas, tal como las vivimos hoy en día en todas las
naciones de la tierra, por ejemplo.

En la medida en que, el corazón, el espíritu y el alma del
hombre, de la mujer, del niño y de la niña de la humanidad
entera, tiene que ser lleno del fruto de vida eterna, el
Señor Jesucristo, para ver la vida eterna. Y esto es
precisamente lo que nuestro Padre Celestial requirió de Adán
y de sus descendientes, después de haberlos formado en sus
manos santas del polvo de la tierra, para que vivan y jamás
mueran, como Lucifer había muerto con sus ángeles caídos, en
aquellos días, después de la gran rebelión celestial, por
ejemplo, del más allá.

Entonces nace una pregunta, en el corazón inquieto del hombre
de la tierra: ¿qué es lo que le toma al corazón del hombre
para ser justo ante su Dios? (Esto quizás se lo pregunto Adán
a si mismo en su corazón en el paraíso, mucho antes de caer
en su pecado mortal. Y la verdad fue simple en aquellos días
del paraíso, como lo es hoy en día en toda la tierra,
también: Sólo creer en el corazón y así confesar con las
labios el nombre salvador de nuestra vida: ¡el Señor
Jesucristo!

Esta era (y ha de ser por siempre) la vida por la cual Díos
había creado a Adán y a cada uno de sus descendientes, en el
paraíso; y Adán jamás lo entendió así, hasta el mismo día que
peca con su Esposa Eva, al comer del fruto prohibido del
árbol de la ciencia del bien y del mal. Porque la respuesta a
la pregunta del corazón del hombre de la tierra, siempre fue
el Señor Jesucristo para Adán y para cada uno de sus
descendientes, en el paraíso y por todos los días de nuestras
vidas en la tierra, comenzando con Eva, por ejemplo, en el
paraíso.

Así pues, ni más ni menos, eso es todo lo que Dios requiere
de todo hombre, mujer, niño y niña de toda la tierra, para
ser visto por Él mismo con sus ojos santos, desde el cielo,
desde su trono santo de gloria y de honra infinita, como
justo, para su nueva vida celestial de su nuevo reino eterno.
Es decir, para declararlos a cada uno de ellos, en sus
millares, de todas las razas, pueblos, linajes, tribus y
reinos de la humanidad entera, como justo ante su presencia
santa, no sólo por ese día o por un tiempo, sino para toda la
vida, para la eternidad venidera de su nuevo reino infinito
del más allá.

Entonces la promesa de nuestro Padre Celestial ha de ser como
siempre, para con el justo, de que lo ha de rodear con su
espíritu de favores infinitos, para enriquecerlo por siempre,
como enriquece la vida de los ángeles del reino de los
cielos, desde el día de su creación y hasta nuestros días,
por ejemplo. Y sólo así entonces edificar su vida día y noche
delante de su presencia santa, para que ese corazón y esa
alma sagrada para sus ojos y para su alma eterna, le sean por
siempre útiles para su nombre eterno, en la tierra y en el
cielo, también, eternamente y para siempre.

Porque la verdad es que sólo para los que se regocijan en el
nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, en sus
corazones, son los que realmente han de gozar día y noche de
la paz eterna de nuestro Dios y Padre Celestial que está en
los cielos. Y ésta paz de nuestro Padre Celestial sólo se la
puede encontrar en el cielo y aun en la tierra de nuestros
días, también, si tan sólo le creemos a Él, como a nuestro
Padre Celestial de nuestras vidas por amor al Señor
Jesucristo, para que entonces su Espíritu Santo nos rodeé de
sus favores divinos diariamente y sin cesar jamás.

Y así Él mismo, nuestro Padre Celestial, librarnos de los
poderes del pecado y de sus profundas tinieblas, para
sanarnos y hacernos felices en nuestros corazones y listos
para alabarlo y honrarlo a Él y a su nombre sagrado día y
noche en nuestras almas, en nuestras vidas, en la tierra y
hasta la eternidad venidera, también. Por lo tanto, es muy
importante para nuestros corazones que el Señor Jesucristo
éste en nosotros, para cumplir la perfecta voluntad de
nuestro Dios y así entonces poder alabar y por siempre honrar
a nuestro Dios que está en los cielos, como debió de ser
desde el comienzo de nuestras vidas en el paraíso, por
ejemplo, con Adán y Eva.

Porque de otra manera, no podremos jamás hacer la voluntad de
nuestro Dios, ni menos vamos a honrar y exaltar su nombre
santo en nuestras vidas terrenales ni menos en el más allá,
en nuestras nuevas vidas infinitas, como en su nueva ciudad
celestial: La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del cielo.
Porque nuestro Dios jamás se ha de agradar de ninguno de
nosotros, por ninguna razón, a no ser que esa razón sea su
Jesucristo viviendo en nuestros corazones y en nuestro diario
vivir, en la tierra y así también en el paraíso, para que su
corazón esté por siempre tranquilo y alegre para con
nosotros, en toda la tierra. Y esto es luz, luz eterna para
nuestras vidas y la de los nuestros también, hoy en día y por
siempre, en los días venideros, también.

Pues entonces el corazón santo y eterno de nuestro Dios por
siempre ha de estar alegre con cada uno de nosotros, en todo
momento de su vida celestial, en la tierra y aun en el más
allá, también, en nuestras nuevas vidas infinitas del nuevo
reino de los cielos. Y si su corazón santo está realmente en
paz y alegre con nosotros, entonces nuestros corazones y
nuestras almas eternas han de estar en paz y en perfecta
tranquilidad también, para honrarle y para servirle por
siempre, en la tierra y en el paraíso, alabando su nombre
santo día y noche y hasta el infinito, de la nueva eternidad
venidera.

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, el
Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siemp un tropiezo
a la verdad de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un
tropiezo eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en
tu vida, de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre
Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un
fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos
termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es
verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán
atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego
del infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de
Dios. En verdad, el fin de todos estos males está aquí
contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo.
Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en
Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos
de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, en la eternidad del reino de Dios. Porque
en el reino de Dios su Ley santa es de día en día honrada y
exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus santos
ángeles. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra,
cada palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de
bendición terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad,
cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada
vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas
bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa
del más allá, también, en el reino de Dios y de su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de
las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el homb gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, por la eternidad.



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